domingo, 16 de agosto de 2009

LA VIOLENCIA NO SÓLO ESTÁ EN EL FÚTBOL

Ahora resulta que los barrabrava son la encarnación del mal en Colombia. Al parecer, son más peligrosos que los alzados en armas, de izquierda o derecha, que los políticos corruptos, los pederastas, los banqueros, los militares y todos los guerreristas que hoy día siembran semillas de odio en contra de los ecuatorianos y los venezolanos apegándose a las mentiras y decisiones de los mandatarios de los tres países.

Sólo algunos dirigentes deportivos han salido a pedir mesura ante la solicitud de penas, encarcelamientos y otro montón de sandeces que se dicen frente al tema. Entre ellos, Carlos Puente, presidente del América de Cali, quien dijo que “de 10 a 15 años no le meten aquí ni siquiera a los paramilitares ni a los que cometen delitos de desaparición forzada”.

En buena hora por el señor Puente. Pues, algunos periodistas, irresponsablemente, se atreven a decir que los violentos están alejando a los verdaderos hinchas de los estadios, por eso hay que castigarlos y ojalá con cárcel, pero ni lo primero es cierto ni lo segundo es justo.

Cada vez que tengo la oportunidad, les recuerdo a los caleños, adeptos al fútbol por supuesto, que por allá a finales de los ochenta a alguien se le ocurrió que al estadio Pascual Guerrero iban muy pocos seguidores de los clubes de esa ciudad y decidieron organizar un evento con un invitado que también convocara público y así mejorar la asistencia de aficionados al escenario deportivo. Finalmente, asistieron unas 15 mil personas para disfrutar de un buen espectáculo: concierto del Gran Combo de Puerto Rico y el clásico futbolero entre América y el Deportivo Cali. En la actualidad, aficionados de otros clubes se mofan de los caleños diciendo que cada equipo cuenta con tres mil quinientos seguidores en su haber y el conjunto musical con ocho mil. Este, es sólo un ejemplo de las bajas asistencias a los estadios del país.

Pero tampoco se puede argumentar que la violencia en los estadios sea un fenómeno nuevo causado exclusivamente por jóvenes peludos, vagos, alcohólicos, drogadictos de clase baja y demás, que han importado estos comportamientos del fútbol extranjero. A mí se me ocurriría preguntarle, por ejemplo, a Guillermo “el Chato” Velásquez que pasó con las personas que lo agredieron en un mítico partido en el que participó Pelé en el estadio El Campín y si los protagonistas de los actos violentos en contra de su persona eran jóvenes peludos, drogados e incontrolables. Es más, quisiera saber cómo termino el primer encuentro disputado por el Deportivo Independiente Medellín, en el año 1913. ¿Acaso esos dos encuentros, uno en la década de los setenta y el otro a comienzos de siglo XX, terminaron en una cena cordial entre los asistentes al espectáculo?

El que ama el fútbol, ya sea por medio de un club o de una selección, lo hace, generalmente, desde la infancia, porque asistió con su padre, un tío, un amigo o porque se escapó de su casa a ver las jugadas de algún ídolo de antaño. Así es, lo hace desde que es un niño. Pero no sólo lo hace porque vio a sus ídolos, sino también porque quería ser como ellos, principalmente por fama y para salir de pobre. Puede que lo haya logrado o no. Y los jóvenes colombianos, de tiempo atrás y de la actualidad, tienen muchos obstáculos para ir a fútbol, a verlo, y a practicarlo: el hambre, la injusticia, la ausencia de un sistema de seguridad social serio, la falta de oportunidades en educación, laborales, entre muchas otras. Sin embargo, tras la ausencia de un elemento cohesionador de sus valores, de un elemento que los haga participes de una (micro) sociedad justa, el joven colombiano se incorpora en un ejército colorido llamado barrabrava y permanece allí por un buen tiempo, si es que se salva del servicio militar.

Con todo y esto, salen los defensores de la paz en los estadios a pedir justicia por los buenos hinchas, por el espectáculo, por el negocio. Pero nadie, que yo recuerde, ha salido a pedir justicia por los niños y jóvenes buenos y por los malos que esperan acceder a educación media y superior, alejarse de trabajos mal remunerados y en condiciones inadecuadas de salubridad, salvarse de el reclutamiento tanto del ejército como de los grupos armados o de la delincuencia organizada. Muchos de estos muchachos se visten de rojo, blanco, azul, verde, o amarillo para evadir la realidad, para esconderse de las inclemencias de esta sociedad.

No queda más que esperar que los miles de jóvenes colombianos vean como las armas de la justicia colombiana, ansiosa por demostrar su poderío, apuntan hacia ellos que llevan como escudo una pasión y no un brazalete que diga Auc, Farc o Eln.


JUAN DIEGO - EXTRADITABLEX BOGOTÁ

0 comentarios: